La informática es una chapuza
26 octubre 2008
Acabo de pasar a portada de Barrapunto una noticia relacionada con la polémica recurrente sobre los colegios de informática. En concreto que Decanos y directores reclaman la regularización profesional de la informática. Solicitan «las mismas exigencias y estructura que el resto de ingenierías que se corresponden con profesiones reguladas, ya que no existe ningún motivo de peso para ir por un camino diferente» ya que es «la única ingeniería que no tiene atribuciones ni está regulada profesionalmente, cuando es la que cuenta con más alumnos en nuestro país». En mi opinión existe una poderosa razón por la que aún no está regulada y es la que da título a esta entrada.
En la entrada anterior, La informática, en el año 80, enlazaba un documental de TVE que nos da una visión retrospectiva de lo mucho que ha avanzado la informática desde entonces y lo mucho que dependemos de ella en nuestra vida diaria. Los que llevamos en la informática más de una década recordaremos los tiempos de MS-DOS, el WordPerfect, el WordStar... Los informáticos eran profesionales respetados, personas de grandes conocimientos técnicos. Esta época primitiva de la informática me recuerda mucho a los cuentos de Asimov, donde preveía un futuro en el que las máquinas serían capaces de hacerlo y predecirlo todo con total precisión, de ahí el temor a que las máquinas nos desplazaran.
Comparemos esa visión romanticista con la de la informática actual. La informática se ve como un mal menor -o mayor- y no como un recurso de primer orden en las empresas. Los usuarios se ven como sufridores de máquinas y programas que, saben, en algún momento les dará algún problema de seguridad o de fallos. La profesión de informático está muy devaluada y es sinónimo de chapuzas sofisticado. Ya no existe miedo a que las máquinas nos reemplacen: los ordenadores son tan falibles, o más, que los humanos. Los ordenadores ahora son cajas mágicas.
Sería simplificar mucho que desde los 80 al 2008 lo que le ha pasado a la informática se llama Bill Gates, pero algo de eso hay. En los últimos 30 años hemos visto un desarrollo vertiginoso de la informática, si bien no tanto en nuevos conceptos, sí en prestaciones y aplicaciones. Esto, con seguridad, ha sido a costa de elementos como la fiabilidad y seguridad. En la carrera por cumplir a rajatabla la promesa de Moore a la que se apuntó toda la industria informática, los fallos se volvieron permisibles. Si a un usuario de MS-DOS los trasladáramos en el tiempo a la actualidad, vería con mucha extrañeza nuestra resignación a que los sistemas operativos se colgasen o a que los programas se cerrasen sin previo aviso. Por desgracia, encender y apagar el cacharro forma parte indisoluble de la experiencia tecnológica que va más allá del ordenador personal: DVDs, MP4s, móviles...
La idea con la que personalmente concibo los colegios profesionales es la de responsabilidad civil. Un arquitecto sabe que debe usar cierto tipo de cemento y distribuir la carga de forma tal que se garantice la estabilidad de la edificación durante muchos años. Existe, por tanto, una responsabilidad tras esa garantía. Pero la promesa de que las chapuzas informáticas se van a acabar con los colegios informáticos es, en buena parte, falsa.
Aunque las prácticas que quieren fomentar como ingeniería informática son buenas, si la fiabilidad o el tiempo de desarrollo del software se pudiera asegurar con márgenes de error estimables, y la inversión en recursos solo fuera un poco mayor que al hacer software chapucero, ya tendríamos software fiable. Los clientes elegirían sin duda al software de ingeniería. Sin embargo, o los clientes son incapaces de diferenciar entre el software bueno y el malo, o ya se han acostumbrado tanto al malo, que no ven ventajas en pagar por software de calidad. Por otra parte, empresas con ingentes recursos como Google o Microsoft tampoco parece que estén cerca de poder garantizar calidad. Y es que la robustez de un programa es una función exponencial, dispuesta a devorar todos los recursos humanos, temporales y económicos que se pongan a su disposición.
De hecho, el software libre tiene fama de ser más confiable y la seguridad no viene dada por tener rigurosos análisis y seguir patrones de diseño, sino por ser revisable en comunidades, cuyos miembros no tienen por qué ser profesionales. En fin, nada que no estuviera ya claro en La Catedral y el Bazar de Eric Raymond.
En comparación, la informática como ingeniería es muy joven, mientras que la arquitectura lleva miles de años de ensayo y error. Para que la informática del futuro sea tan robusta como la arquitectura, muchas cosas tendrían que cambiar, en particular, que los recursos necesarios no tengan función exponencial. Quizás los ordenadores deban ser diferentes, pero seguramente, deberán cambiar los paradigmas de desarrollo. Hasta que no se llegue a ese punto, no veo sentido que se vendan garantías imaginarias.
Entiendo que estas propuestas, parten por un lado, de la mejorable situación social y económica en la que nos encontramos los informáticos y por el otro, de una guerra de poder entre los ingenieros de telecomunicaciones y los ingenieros de informática. Entre otras cosas, los colegios de informática buscan crear una escacez artificial que justifique sueldos más altos. Pero en España lo que necesitamos son personas emprendedoras con ideas innovadoras, que se lancen a competir en un mercado global y sin que tengan que pedir permiso a nadie. La alternativa podría crear otro lastre a nuestro ya de por sí histórico déficit en nuevas tecnologías.